dentro de la casa


Cada día la casa se parece más a ti. Sé que lo más probable es que nunca vuelvas a visitarla, ya que hace tiempo que perdimos el contacto, y seguramente estas ideas mías de semejanzas te resultarían ridículas. Pero he cambiado los muebles de la cocina y me he dado cuenta de que son blancos y relucientes como tus dientes, y he cambiado la alcachofa de la ducha y el ruído del agua es ahora más suave y me recuerda al crujido apagado de cuando salías del baño envuelta en una toalla, y he cambiado de esquina los altavoces de la cadena de música en el salón, de forma que con el nuevo eco algunos de esos discos que antes escuchábamos suenan a veces como tu voz al contarme algo sentada en el sofá.


Hay días en los que me paseo por la casa y sonrío, pensando que quizá estoy empezando a superar tu ausencia si todo lo que recuerdo de ti empieza a estar en mi interior limpio y ordenado como un mueble recién colocado, y siento como si el nuevo mobiliario me hiciera evocar una imagen de ti también nueva y distinta, menos dolorosa. Pero por la noche, cuando entro en el dormitorio, no puedo evitar una sensación de molestia porque intuyo en la oscuridad algunos huecos descompensados -una cama demasiado grande, la silueta en la pared de una foto que hasta hace poco estuvo allí- que soy incapaz de rellenar. Y noto cómo la casa, que eres tú, me devora entre sus paredes.