mecánica cuántica


Hay un mundo en el cual cojo el teléfono.


Salgo corriendo de la ducha, patino, por suerte consigo agarrarme al marco de la puerta y llego al teléfono antes de que deje de sonar. Eres tú, te has confundido, pero como yo también me llamo Fernando y he estudiado historia del arte hablamos durante un rato de la técnica de Van Gogh antes de darnos cuenta del error, y luego nos reímos. Ese Fernando que pertenece a un futuro que ya no será tenía que dejarte unos apuntes, yo aprobé esa asignatura hace años, me ofrezco a dejártelos junto con varios libros. Piensas en silencio unos instantes, pero al final aceptas, a fin de cuentas a él no le conocías, no era más que un número de teléfono conseguido en la facultad, y ahora además es un fantasma que se diluye por caminos de probabilidad decreciente que ya nunca se recorrerán. Quedamos esa tarde, tomamos un café, hablamos durante horas, a ambos los ojos se nos humedecen al recrear en la mente las pinceladas furiosas de van Gogh trazando en espirales enfermizas las estrellas y el cielo nocturno. Nos miramos en silencio bajo estrellas que brillan tan salvajes como esas. Nos besamos. En este mundo estoy completo.

Hay un mundo en el cual no cojo el teléfono.

Salgo corriendo de la ducha, patino, con tan mala suerte que no consigo agarrarme a nada y llego al teléfono cuando ha parado de sonar. Maldigo, durante unos minutos me pregunto quién podría ser, y luego me olvido de ello para siempre. En este mundo estoy solo. En este mundo pienso a veces, mientras miro unas estrellas que a menudo me parecen vulgares, que por pura probabilidad en algún lugar tiene que existir alguien con quien sería feliz. Y en esas ocasiones me angustio pensando que quizá ese alguien pasó a mi lado, que puede que durante un instante su camino rozara el mío, pero que por alguna razón inabarcable el destino eligió que escapara de nuevo para perderse en la improbabilidad de los futuros perdidos.