Hoy aprendí algo nuevo
subiendo las escaleras de mármol
hacia tu cara tranquila.
Luché contra alimañas que se retorcían en mi cuerpo
[intentando succionar mi determinación.
Grité cuando tus brazos se curvaron por el fragor
[ensortijado
de la indignación y los murmullos alocados.
Pero llegué.
Y supe por qué tu rostro pétreo
reflejaba las planicies ilimitadas.
Y admiré la razón por la que tus ojos
[imperturbables, confiados
vagaban, como salpicaduras de un río otoñal,
por caminos inamovibles.
Y lloré al comprobar que tus cejas,
en su eterna curva de sugestiva intriga
se arqueaban no hacia mí,
[sino por encima
aún buscando el mar incorruptible
que escarchó tu cara con estrellas fugaces.