fábula de la puta y los laberintos


Hubo una vez una puta que dibujaba laberintos
sobre monedas de oro.
La gente, al verla, se reía
Como las mariposas ante la infidelidad de las nubes.
A nadie le importaba que, por las noches,
                                                sobre la hierba aplastada
Se abrieran los cascarones de las nebulosas.
¿Por qué preocuparse? Ningún sacerdote les había dicho
                                                                Nunca
que fuera necesario arrodillarse a rezar
ante las severas murallas de algún barco.

Pero, uno a uno, todos acabaron llegando
ante las oxidadas verjas que delimitan la playa
donde bailan y mueren los escorpiones.
Y, al ver los árboles triangulares
(que ni siquiera daban ojos como fruto)
les pareció como si un sonriente croupier
estuviera repartiendo las cartas de nuevo
                                                                Boca arriba.
Cuando miraron a su pies, advirtieron, por vez primera
que siempre habían tenido, enroscados en las piernas
dos nerviosos perros de mirada desafiante.
Cada uno de ellos temió
                                                                En silencio
que las espinas que atravesaban el espejo
                                                cada vez que se miraban en él
acabaran convirtiéndoles en una cenicienta tela de araña.
Y es que, en el fondo, todos sabían
Como el más astuto de los glaciares
que hasta el más fiero huracán
                                                - el más silencioso iceberg -
termina siendo tallado como la madera de los ataúdes.